Japón, un país que convive constantemente con el riesgo de terremotos, ha recibido recientemente una «advertencia de megaterremoto» tras un sismo de magnitud 7.1 que sacudió la costa sureste de la isla de Kyushu. Este terremoto, ocurrido el 8 de agosto de 2024, no causó víctimas ni daños graves, pero ha generado una sensación de preocupación en la población, especialmente tras la alerta emitida por la Agencia Meteorológica de Japón (JMA).
Los expertos han indicado que existe una probabilidad del 70-80% de que ocurra un terremoto de magnitud 8 o 9 en la fosa de Nankai en los próximos 30 años. Esta fosa submarina, que se extiende a lo largo de 800 kilómetros por la costa del Pacífico de Japón, es un punto crítico donde la placa del Mar de Filipinas se sumerge bajo la placa euroasiática, lo que podría desencadenar un megaterremoto y un tsunami devastador.
Ante la posibilidad de un desastre inminente, el gobierno japonés ha intensificado sus esfuerzos para preparar a la población y minimizar el impacto potencial. El primer ministro Fumio Kishida canceló un viaje planeado a Asia Central para liderar la respuesta gubernamental, asegurando la implementación de medidas preventivas y una comunicación efectiva con el público.
La Agencia de Gestión de Desastres e Incendios ha ordenado a 707 municipios en riesgo revisar sus planes de respuesta y evacuación. Estas revisiones incluyen la evaluación de la infraestructura, la identificación de rutas seguras de evacuación, y la preparación de refugios en caso de un evento sísmico mayor.
En respuesta a la alerta, muchos residentes en áreas de riesgo han comenzado a abastecerse de suministros de emergencia, como alimentos no perecederos, agua, y kits de primeros auxilios. Sin embargo, esta preparación ha llevado a que algunos supermercados se queden sin productos básicos, especialmente en el oeste de Japón y en Tokio, a pesar de que la capital no está en la zona de mayor riesgo.
La advertencia de un posible megaterremoto ha afectado significativamente la vida cotidiana en Japón. Algunas ciudades han cerrado playas y cancelado eventos anuales, lo que ha tenido un impacto en el turismo y en la economía local. Durante la semana de vacaciones de Obon, una época tradicional de festivales y fuegos artificiales, muchas personas han pospuesto sus planes de viaje, contribuyendo a una disminución en la actividad económica.
En la ciudad de Matsuyama, conocida por sus fuentes termales, los hoteles y resorts han revisado sus procedimientos de evacuación y han implementado sistemas de comunicación de emergencia. Sin embargo, también han enfrentado una ola de cancelaciones desde que se emitió la alerta.
Además, las compañías ferroviarias en las regiones afectadas han reducido ligeramente la velocidad de sus trenes como medida de precaución, y algunos municipios han instado a los residentes a evitar viajes innecesarios.
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