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Música programática en bien de la naturaleza


Por Fernando Silva.

 

Los compositores Joseph Haydn, Wolfgang Amadeus Mozart y Ludwig van Beethoven, del período Clasicismo musical —ubicado entre los años 1750-1820 y definido así por los musicólogos a partir de la muerte del compositor alemán Johann Sebastian Bach (1685-1750)— preconizaron su independencia creativa de una burguesía a la que debían satisfacer con melodías conservadoras, enalteciendo así sus ideas, soluciones, conceptos, métodos, sistemas, principios, descubrimientos y los procesos intuitivos que surgen de la necesidad vital de trascender la música en tiempo y lugar.


Ludwing Van Beethoven, en la primera década del siglo XIX, presentó la Sinfonía número 6 en fa mayor, op. 68 (también conocida como «Pastoral») en el teatro An der Wien el 22 de diciembre de 1808. En ella manifestó su respeto y apego por la naturaleza, y más que una representación en su aspecto plástico, Beethoven pretendía que el público descubriera una mayor exaltación en sus pensamientos, sentimientos, emociones y sensaciones, en lugar de prestar atención a lo establecido. A la pieza se le declaró como el origen de la música programática de la cual —durante el período del movimiento artístico llamado El Romanticismo— nacería el «Poema sinfónico». En ese sentido, la «Sinfonía Pastoral» con su sentido evocador de arroyuelos que fluyen, pájaros que cantan, tormentas que descargan y escenas campesinas, resultó en un perfecto ejemplo de sinfonía poemática.


En su forma musical, Beethoven trasciende los cánones representativos de una sinfonía, incorporando un movimiento a los cuatro acostumbrados y sobresaliendo en la composición una alusión bucólica en la partitura, apartándonos de los núcleos urbanos —desde el punto de vista mental— sin armonías complicadas y en donde la melodía se extiende plácidamente en cada acorde.


Visto desde esa perspectiva, la música programática es como la «banda sonora» de una experiencia mental que articula elementos, revela causas de situaciones y crea fascinantes posibilidades de acción en el compositor, que además, formula su intención haciendo referencia a un poema, historia o argumentos literarios, significando así algo más que sonidos. En ese sentido, la música programática puede ser descriptiva, cuando simboliza una actividad que se produce en la naturaleza; un poema sinfónico, que es una pieza de música orquestada basada en un «programa» es decir, un escrito que se le brinda al público antes de ser interpretada. Franz Liszt, compositor húngaro representativo de este período, inventó el término «Poema sinfónico» después explorado por Richard Strauss. Y finalmente incidental, que tiene como objetivo crear un efecto atmosférico o acompañar la acción en una obra teatral.


Lo fascinante de los autores de la música programática, es que evaden el aislamiento y no se valen sólo del arte de organizar sensible y lógicamente una combinación coherente de sonidos y silencios respetando los principios fundamentales de la melodía, la armonía y el ritmo, sino que construyen (en su composición) alianzas con otras expresiones artísticas con el propósito de engrandecer su potencial y, con ello, conducir al oyente en la comprensión del argumento literario o el motivo pictórico que habría inspirado la pieza musical, lo que quizás, las notas —por sí mismas— no podrían expresar de la misma manera.


En la ciudad de París, Francia, existía —desde Mediados del siglo XIX— una tradición vanguardista sólidamente establecida en el respeto por la naturaleza, misma que ejercía un impacto considerable en la evolución de los pintores impresionistas como Paul Cézanne (considerado el padre de la pintura moderna) que tenían en el manejo de la luz natural un factor crucial para alcanzar belleza y balance en la pintura, asimismo, los postimpresionistas como Paul Gauguin y Georges Seurat, enfatizaron los elementos puramente formales a expensas de las representaciones convencionales, hundiendo los principios del Realismo. Buena parte de sus piezas, obtuvieron su inspiración de todo lo que está creado de manera natural, lo que les permitió emprender e impulsar la creación de importantes obras maestras.


Ya en el siglo XX, la pianista Marguerite Long al igual que el filósofo y músico Vladimir Jankélévitch —pensador que escribió sobre música desde el conocimiento técnico de este arte— coincidieron en señalar la importancia de la naturaleza en la obra del compositor francés Debussy (1862-1918) así como la sensación enigmática que transmiten sus composiciones.


Esta capacidad de los músicos para extender su conocimiento la han utilizado para comunicar algo más que armonías musicales, contribuyendo de esta manera en la apreciación de la belleza y los inescrutables fundamentos creadores de la naturaleza.


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