Por Ricardo Burgos Orozco
Conocí a Vicente Fox Quesada dos o tres años antes de que se lanzara como candidato a la presidencia de la república. Recuerdo que ya andaba haciendo labores proselitistas en todo el país y en una de esas lo vi, lo saludé; alto, muy franco, dicharachero, el clásico empresario, que se notaba muy seguro de sí mismo. Me simpatizó; incluso voté por él en las elecciones del 2000 cuando por primera vez el Partido Revolucionario perdió el poder después de 70 años.
De los muchos rumores que corrían semanas antes de asumir la primera magistratura, después de haber ganado las elecciones, se decía que Fox iba a limpiar con todo los viejos y amañados funcionarios del viejo gobierno e iba a llenar de sangre joven a su administración. Para eso contrataría a una empresa de cazatalentos. Así lo hizo, pero la estrategia de head hunter sólo se llevó a cabo en algunas áreas específicas.
Al principio gustaba mucho su estilo populista de derecha. Su foto oficial no era la clásica del mandatario sentado en la silla del águila con la banda tricolor al pecho, no, él quiso que su imagen oficial fuera rodeada con gente de distintos niveles económicos, discapacitados, niñas y niños. En los discursos por primera vez les daba su lugar a las mujeres, aunque después esa deferencia se volvió un choteo.
Empezó a cometer pifias que los medios no se las perdonaban; era la burla de mucha gente cuando llegó en visita oficial a España y saludó al monarca Juan Carlos I con un “¿Cómo estás, mi Rey? Llegó de smoking, pero calzando botas de charol. Cuando le preguntaron sobre el conflicto entre Canal 40 y TV Azteca, cuando éste último tomó las instalaciones del otro al aducir legítima propiedad, los reporteros le preguntaron y Fox soltó la todavía famosa frase: ¿Y yo por qué?
Su sexenio nunca tuvo nada de novedoso más que bajar alguna ocasión de Palacio Nacional a saludar a la gente en el Zócalo en mangas de camisa. Y los resultados de su administración no fueron nada buenos: la productividad cayó del lugar 31 al 55, la inseguridad deterioró el entorno económico, aumentó la pobreza alimentaria, no hubo campañas de prevención de enfermedades, los ingresos tributarios pasaron del 69.7 al 59.7 por ciento, se tuvo un promedio de crecimiento del 2.8, distante del 7 por ciento ofrecido.
En la actualidad se mantiene en su rancho, a sus casi 80 años de edad, aunque de vez en cuando lanza algún mensaje a través de sus redes sociales en contra del actual presidente Andrés Manuel López Obrador, con quien siempre mantuvo una diferencia notoria cuando AMLO era jefe de gobierno y Fox presidente. Se dice que el guanajuatense encumbró al tabasqueño al pretender desaforarlo por el litigio de un predio conocido como “El Encino”. Lo victimizó y lo hizo famoso.
Vicente Fox acaba de dar una entrevista al programa Tragaluz de Fernando del Collado, ahora en la plataforma Latinus. Ahí perdió nuevamente la oportunidad de quedarse callado porque dijo tontería y media como aquello de quitarle los programas sociales a los “huevones” y que necesita que le devuelvan su pensión presidencial que le quitaron porque no le alcanza para vivir. Mostró su favoritismo por Xóchitl Gálvez, quien casi de inmediato se deslindó de él, por pena ajena.
Para colmo, tuiteó un mensaje agresivo contra las corcholatas de López Obrador llamando a Claudia Sheinbaum judía búlgara, a Marcelo Ebrard, fifí francés, a Gerardo Fernández Noroña, extraterrestre, y a Adán Augusto López, de Transilvania. Él dijo que lo retuiteó de otro lado, pero ni así se salvó de la quemada.
A fin de cuentas, a Vicente Fox Quesada le queda aquello de: calladito se ve más bonito.
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