Pronto asistiré a un evento social y anduve buscando un vestido especial, fue relativamente fácil encontrar algo que me gustara, sin embargo, el tema de los zapatos es un tema aparte. He de confesar, para ponerlos en contexto, que lo mío no son los zapatos de tacón, es más si por mi fuera andaría en tenis o en chanclas cualquier día, a cualquier hora, para cualquier evento, de hecho tengo fama de usar zapatos horribles, aunque en mi defensa puedo decir que prefiero la comodidad sobre el estilo o lo que dice la moda.
Dicho lo anterior, puedo compartirles que me genera mucho estrés la compra de zapatos (de hecho, de las cosas que menos me gusta hacer es ir de compras de zapatos), pero además esta búsqueda tenía un nivel extra ya que los “zapatos ideales” deberían cumplir con las características de ser no sólo cómodos, sino quedaran bien con el vestido y si fuera posible, además, fueran bonitos. ¡Dios, soy yo de nuevo!
Después de varios recorridos encontré unas zapatillas que parecían de princesa, del mismo color que el vestido y que seguramente se verían fabulosos, me los probé y ¡oh, decepción! Me apretaban, no mucho pero lo suficiente para sufrir un ratito (¡aunque se veían geniales!). Podría habérmelos llevado pero hace mucho acepté que puedo sufrir por muchas cosas menos por unos zapatos incómodos, así que los dejé, por muy bonitos, encantadores, ad hoc y glamorosos que eran tuve que buscar otra opción, algo más “apropiado” para mí.
Y aquí está a dónde quiero llegar con esta larga introducción, ¿cuántas veces nos queremos poner zapatos que no nos quedan? Zapatos que se ven maravillosos pero que no son adecuados a nuestras características o actividades, incluso que nos ponen en riesgo, que nos lastiman o nos dificultan las cosas. Dicen que “las chicas se ven mejor con tacones que con zapatos de piso”, ¡aja! y cuándo tus pies acaban adoloridos, caminas con torpeza e incluso te has caído, ¿cómo te ves? ¿Cómo te sientes? ¿Vale la pena?
Y no, no sólo estoy hablando de zapatos.
¿En cuántas expectativas ajenas tratamos de encajar? ¿En cuántas rutinas o “deberías hacerlo así” tratamos de amoldarnos o de adaptarnos? ¿En cuántos zapatos que no son nuestros tratamos de andar caminando que ni siquiera son propios?
En el cuento de Cenicienta, las hermanastras fueron capaces de mutilarse los pies con tal de que les quedara la zapatilla que uso la chica misteriosa en la fiesta del Príncipe y que era la pista para encontrarla después… ¿cuántas veces nos “achicamos” o buscamos “encajar” en algo que no nos queda? ¿Cuántas veces nos forzamos en usar (o en hacer) lo que no nos es cómodo o nos provee bienestar?
¿Te has comprado o usado zapatos que no te quedan? ¿Qué ha pasado después?
Quizá necesitamos detenernos y romper con las expectativas (sobre todo las que no son propias) o los planes “estandarizados”, aquellos que nos “imponen” o “marcan” una ruta, un modo, una forma de hacer las cosas, de ser o de comportarse para considerar que están “bien hechas” o que es lo “que hay que hacer” para cumplir o encajar en lo esperado.
Tal vez sea necesario mirarnos los pies y cuestionarnos si los “zapatos” que traemos son los adecuados en este momento para quienes somos, para quienes queremos ser, para lo que queremos conseguir y para el lugar al que queremos llegar después de recorrer el camino que hayamos elegido.
Si es verdad que somos únicos y nuestro camino también lo es, requerimos encontrar las zapatillas correctas para cada uno; dice el dicho que “antes de juzgar a alguien camina una legua en sus zapatos”, yo diría que antes de querer caminar en zapatos ajenos es prioridad encontrar unos para sí que se adapten a nuestras necesidades y nos hagan más feliz y cómodo el andar.
Y a ti, ¿qué zapatos te son más cómodos para andar el camino de tus sueños?
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