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El contraste entre el medio natural y las sociedades humanas


Por Fernando Silva.


La cultura consumista nos desvía de la necesaria práctica de hacer conciencia social, cultural, ética, sanitaria, educativa, económica y ecológica, más, si hablamos de la responsabilidad que tenemos en relación con los diferentes seres vivos y el entorno. Lo lamentable en esa turbulencia por obtener hasta lo que no se necesita, es que nos extraviamos olvidado algo tan vital para mantener el equilibrio como lo es la capacidad natural de juzgar los acontecimientos y eventos de forma razonable.


Excluyendo a algunas sociedades nativas que mantienen un vínculo respetuoso con la naturaleza y a quienes alientan las intervenciones económicas y sociales para promover la justicia social y del medio ambiente, observamos que los grupos sociales que comulgan con el sistema capitalista, suelen evidenciar un inquietante distanciamiento del conjunto de cosas naturales que imperan en la Tierra. Por lo general, no se reconocen como parte de un todo y hasta fomentan el suponerse los dueños del planeta.


En ese sentido, desde los años cincuenta que comenzaron las graves advertencias sobre el detrimento del medio ambiente, resulta incomprensible que 70 años después, buena parte de la sociedad mundial, mantenga un comportamiento desvinculado a un escenario que empeora día a día.


Para atender la inestabilidad planetaria hace falta que la conciencia se active más allá de la teoría y se despliegue la empatía con el medio ambiente. En esa dirección, las expresiones artísticas, al contar con un lenguaje simbólico y práctico, pueden orientar el pensamiento de las personas a través de las obras realizadas para fortalecer el bien común en pro de una conciencia ecológica.


Como ejemplo, un botón… El cineasta norteamericano Godfrey Reggio (que estudió 14 años de su adultez temprana en el ayuno, el silencio, la oración para ser monje) es uno de los grandes en el ámbito de los documentales experimentales. Su obra más reconocida es la trilogía: Koyaanisqatsi, Powaqqatsi y Naqoyqatsi, en las que innovó un nuevo modo de hacer películas, en ellas el énfasis está en las imágenes de alto impacto emocional, en la reflexión y en la pertinencia.


Koyaanisqatsi, es una película montada sobre un flashback que incluye diversos elementos del hombre con un sentido mitológico y escatológico, por cuanto introduce el aspecto de la destrucción como elemento vertebral del relato visual y musical, así como la progresiva dominación de la tecnología en todos los aspectos de la vida, nacida sin embargo de la propia naturaleza. Uno de los grandes avances del hombre tecnológico: la nave espacial, lanzada para investigar el universo finaliza su breve recorrido explotando. La destrucción forma parte de la esencia técnica del hombre y, por tanto, en el error lleva la sanción.


Visiblemente, el documental proyecta ciudades modernas como un inquietante sistema tecnológico del que los hombres somos simplemente apéndices. Acudimos a una amplia variedad de sitios para comer, divertirnos, dormir, entretenernos, aprender, sufrir, curarnos, morir, movernos... un sometimiento sin mayor esfuerzo del sistema mental, sufriendo así una degeneración provocada por «la civilización» que nos transporta a la interpretación del hombre en la Tierra como especie-plaga.


Y es que Koyaanisqatsi es una abstracción que no cuenta con argumento literario ni con actores. La espléndida música minimalista del compositor norteamericano Philip Glass, la imagen y espectador entran en un compromiso trialéctico, desnudándose mutuamente, mientras se comparte protagonismo en partes iguales para sumergirse en la reflexión sobre lo que tenemos como prioridad de vida y, por ende, con la Tierra.


Parte de la intención combinada de Godfrey Reggio y Phillip Glass, es guiarnos a favor de una cavilación que nos permita comprender la importancia de una mejor calidad de vida que favorezca a un futuro más saludable para las personas, las comunidades y para el planeta, entendiendo que tenemos que hacer más y que debemos hacerlo ya.


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